sábado, 27 de noviembre de 2010

Juanita

Según las autoridades pertinentes, me quedan uno o dos años de juventud.
Si no tengo clara la cifra exacta es simplemente porque la edad establecida como referente es de 30 años, pero me queda la duda si esa cifra incluye esa edad o no. De cualquier manera el enero siguiente cumpliré los 29, me acerco a la peligrosa cifra tras la cual el deber me espera.

Será hora de hacer un esfuerzo y comenzar a buscar un trabajo serio y que me proporcione el dinero suficiente para todos los planes de futuro a los que una persona adulta se debe: comprarse casa, casarse, tener hijos... y bueno, creo que ya está, por lo que parece eso es lo que la sociedad espera de una persona responsable, pero ¿desde cuando soy yo responsable? lo que mas me asusta de todo esto es que sin proponérmelo voy siguiendo el camino marcado como un corderito. De momento tengo novio desde hace tantos años que a veces pienso que son demasiados y la casa va de camino, me asusta tanto seguir la corriente que me dan ganas de dejarlo todo y meterme a un circo. Por suerte sigo manteniendo algunas ideas que se salen de la tradición, como la idea de que el matrimonio es una tradición arcaica e innecesaria por la que dudo horrores que vaya a pasar, y que no quiero hijos. La gente se alarma al escucharme decir esto, sobre todo las madres con hijos, pero sé que sería una madre egoísta, dejada y terrible, además de que este país no me parece adecuado para criar en condiciones a un hijo si no puedes verlo mas que para darle de cenar y acostarlo porque no tienes tiempo para mas.

Todo esto venía porque quería presentaros a Juanita.



¿Por qué ese nombre? porque es SU nombre, no se lo dí yo, venía de fábrica. Su segundo nombre es Carla, como el amigo que me animó a ello cuando todo el mundo me decía que con mi edad ya no debería pensar en esas chorradas. Y ahora la pregunta ¿por qué le pongo un nombre a una guitarra? pues simplemente porque me sale de los webs, y porque me gusta ponerle nombre a las cosas. ¿pasa algo?

El caso es que justamente aprovechando mis dos últimos años de juventud, en septiembre decidí comenzar a liquidar cuentas pendientes conmigo misma y aprender a tocar la guitarra.
No llego a comprender porque la gente es así, pero en lugar de animarme a hacerlo la gente me intentó convecer para que no lo hiciera, alegando que era tirar el dinero porque se me daría mal y me cansaría, que en lugar de eso debería buscar cursos de formación para el trabajo, o el siempre presente "ya eres mayorcita para esas cosas".
La edad es fácil de medir, pero ¿cómo medir la ilusión?

Muchas veces me da la impresión de que es la envidia y no las personas las que hablan, así que acabé mandándolos a todos donde el sol no alumbra y apuntándome no solo a guitarra sino también a fotografía hasta el junio que viene.

martes, 23 de noviembre de 2010

Frío

Meses atrás había comenzado a sentir que sus manos eran incapaces de conservar el calor, pero no quiso darle importancia; en solo unas semanas el sol de primavera calentaría su piel y haría desaparecer aquella sensación extraña que se estaba convirtiendo en rutina.

La primavera pasó de puntillas; llegó el verano, pero nada mejoró. El frío del invierno se había extendido a sus brazos y piernas cuando todavía quedaba esperanza en su mirada, pero el día que comenzó a dejar de sentir la fuerza de su propio corazón comenzó a tener miedo y desapareció cualquier resto de ilusión.

Se resignaba al ver el tono mortecino que la imagen del espejo le devolvía, y trató todo el tiempo de borrar de su mente la sensación que su aliento provocaba en la densa atmósfera veraniega; también intentó olvidar el peso de la escarcha en sus pestañas y las heridas que la falta de sensibilidad en su cuerpo había provocado, incluso intentó pasar por alto la perdida gradual de contacto humano asimilando su cada vez mayor aislamiento; en todo ello, consiguió un medio éxito que rozaba el fracaso.



La noche anterior alguien le había comentado que conocía a un médico capaz de curar aquel frío que le estaba robando la vida.

Aceptó la noticia con tristeza y desesperanza exterior que no eran mas que una fachada que la protegía del exterior, necesitaba algo o alguien en quien creer para que renaciera algún tipo de esperanza en su interior, y creía haberlo encontrado.

A primera hora de la mañana esperó en la calle la llegada de aquel médico que podía devolverle la vida. Tuvo que esperar poco tiempo su llegada, y menos todavía para escuchar su diagnóstico: no había nada que hacer, hacía tiempo que su alma había dejado de funcionar.

Cerró los ojos, como se hace siempre para asimilar una mala noticia, y ya no volvió a abrirlos.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Razones

Noche cerrada; parece no existir el mundo ahí fuera.

Escucho la agonía de la muerte desde mi habitación.
Las súplicas apagadas a bocajarro se acercan cada vez más mientras yo simplemente espero mi turno pensando en el tiempo que hará mañana, y en lo que daría por una última cena.

La espera me aburre; enciendo la tele y consigo envenenar mi mente con anuncios que intentan vender audífonos de aspecto estúpido o vagas promesas de un cuerpo perfecto sin necesidad de esfuerzo alguno mientras sonrío al pensar que es una manera perfecta de desear que el tiempo pase lo más rápido posible a pesar de que al final del reloj te espere tu propia muerte. A pesar de todo, decido volver a la realidad y apagar la televisión.

Me tumbo en la cama mirando fijamente la puerta; la concentración es absoluta.
Me transformo en piedra, los párpados inmóviles, las manos heladas, el corazón aun latiente; no puedo permitirme perder un solo segundo del desenlace de la película que el crescendo de la banda sonora está anunciando.

De repente, silencio.

No lo había visto antes, pero al aparecer por la puerta sé que es él. Busco en su mirada un porqué que no alcanzo a encontrar; no parece buena ni mala persona, sus ojos no le delatan, y la paz de su rostro me hace sentir que no es sino un tío normal y corriente; podría ser un compañero de trabajo o el panadero de la esquina, pero sin embargo sé que es él, y que su nombre es Pablo.
Me observa en silencio durante unos segundos, y finalmente le oigo decir que es la hora de dar las buenas noches. Su voz y su presencia me atrapan; no queda mas que obedecer. Mi voz se entrecorta evidenciando el miedo que creía no sentir.

La luz se desvanece; no sé si mis ojos están abiertos o cerrados, si estoy viva o muerta.
El silencio es sepulcral, la oscuridad infinita, y no sé dónde comienza la realidad y acaban las ilusiones cuando siento girar la nada a mi alrededor.



El olor a sangre recién derramada me devuelve a la vida.
Consigo abrir los ojos; el tornado de mi mente ha dejado paso a un intenso dolor de cabeza que intenta ser mitigado con la presión de mis manos.
Mi cabeza; la sangre fluye desde mi cabeza, lenta pero continuadamente; mis manos relucen de un rojo brillante.

Consigo apartar lo suficiente el dolor para mirar a mí alrededor: no estoy sola, hay más gente aqui dentro, todos me miran con sorpresa, debían creerme muerta y por la manera en la que me siento comienzo a desear que así hubiera sido. Continúan mirando, pero nadie se acerca, la compasión parece no tener cabida en estas circunstancias.
La puerta se abre, y aparece Pablo. Su mirada parece irradiar luz, y su sonrisa congela los sentidos. En silencio reparte un cuaderno y un lápiz a cada uno de nosotros y tras hacerlo desaparece tras la puerta.

Nos miramos los unos a los otros, nadie comprende qué es lo que sucede ni se atreve a abrir el cuaderno hasta que en un movimiento completamente sincronizado abrimos el cuaderno y cada uno de nosotros puede leer en la primera página y escrito en mayúsculas: "RAZONES PARA NO MORIR".
Me parece poder escuchar el corazón acelerado de todos aquellos desconocidos mientras agarran y a duras penas consiguen garabatear palabra tras palabra en el cuaderno como si se tratara de un macabro examen.
Paso un minuto observando; bajo después la vista hacía mi cuaderno y me doy cuenta de que no sé qué escribir en él.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El ciclo de la vida

Y aprovechando la oscuridad de la noche, se marchó.
Y lo hizo tras 88 largos años y a pesar de haber escrito su carta de despedida muchos años atrás.
Y se llevó demasiado con él.
Y dejó demasiado poco que lo recordara.



El ciclo de la vida, lo llaman.
Unas luces se enciende, otras se apagan.