domingo, 18 de mayo de 2014

Verano; Invierno

Era una noche de verano cuando prematuramente dijiste - Creo que te quiero -
Aquel día mi única respuesta fue el silencio; jamás he sabido mentir.

Fue una noche de  invierno cuando te pregunté - ¿Me quieres? -
Tu única respuesta fue el silencio; jamás has sabido mentir.



miércoles, 17 de julio de 2013

No tengas miedo

- No tengas miedo - me susurra al oído.

Me sorprende que tenga templanza suficiente para poder hablar, para intentar tranquilizarme, cuando yo apenas soy capaz de respirar por temor a ser escuchada. Apenas consigo mantener mis ojos libres de lágrimas al escuchar el golpeteo de mi propio corazón contra el pecho.

La puerta está abierta; El tiempo discurre lentamente, parece llevar abierta horas, pero sólo han trascurrido unos segundos desde que comenzamos a escuchar pisadas y el pasillo se iluminó durante una fracción de segundo.

Cuatro, creo que sólo son cuatro, como si ese "sólo" me reconfortara; nos duplican, y en este preciso momento apenas cuento como medio.

Miro alrededor a pesar de que mis ojos todavía no se han acostumbrado a la oscuridad y apenas percibo formas; busco una salida, una solución a todo esto, pero no soy capaz de encontrarla.
Conozco el final de la historia con la impotencia de saber que como si se tratara de algo escrito, no hay tiempo ni manera posible de escribir un nuevo final.

Agarro con fuerza su mano como si creyera que eso bastara para retenerle, y con un hilo de voz le pido que se quede junto a mí, aunque sepa que no va a quedarse, aunque de antemano sepa que no puede hacerlo.

Me besa la mano, se pone en pie mientras me dice que no tengo por qué preocuparme y se aleja en silencio tras regalarme una terrible sonrisa de despedida.

Hay tantas cosas que quedarán pendientes que duele pensar en tantas horas perdidas que soy incapaz de recordar, como si nunca formaran parte de mi vida y hubieran quedado en el olvido en el mismo momento de cruzar la barrera del :59. Y ahora que soy consciente de que jamás volveré a ver un nuevo amanecer daría lo que fuera por tan solo una hora más. Tan sólo una hora.

Solo sentir el sol de primavera tras un largo invierno, el dejar pasar el tiempo tumbada junto a él, unas últimas palabras garabateadas en un papel, tal vez una llamada, pero es tarde para todo eso.

Encuentro las fuerzas suficientes para ponerme en pie; no quiero hacerlo, pero necesito verlo.



Todo sucede muy rápido.
Una luz a lo lejos se enciende. Apenas se ven figuras recortadas en la oscuridad.

Escucho el sonido de un cargador, y una silueta de espaldas, su silueta, encañona a uno de ellos en la sien.
Aprieta el gatillo, un ruido seco precede a un silencio devastador. Nada. De nuevo lo intenta, pero tampoco ahora sucede nada.

No baja la mirada; no suplica por su vida ni pronuncia una sola palabra mientras observa como tres hombres armados le apuntan y comienzan a abrir fuego contra él.

Y todo acaba. Ya no importa.
Me acerco a ellos con incredulidad, todavía sin creer que todo aquello pueda estar pasando, en silencio, siempre en silencio, sin importarme que estén ahí observo sus ojos todavía abiertos, su ropa ensangrentada y el pequeño y cada vez mayor charco de sangre que se está formando bajo mis zapatos.

Estrecho sus manos una última vez; siento lágrimas resbalando sobre mi rostro y estrellándose sobre nuestras manos, y entonces... escucho de nuevo el inconfundible sonido de un cargador a mi espalda mientras pienso, ojalá.... ojalá...

martes, 18 de diciembre de 2012

Se llamaba Eva

En sus sueños se llama Eva; en la realidad no tiene nombre.
Le inventó un bonito rostro enmarcado por una melena ondulada, larga y oscura, y le dibujó unos ojos del color del cielo nocturno.

Eva no habla; pasea en silencio junto a él; las manos entrelazadas mecánicamente, el paso tranquilo.
Escucha el silbido tenue de los pájaros sobre las ramas de los árboles, y el arrastrar de cadenas de aquel fantasma que los acompaña día y noche desde hace algunos días.
De vez en cuando se gira un instante, y sonríe con tristeza al encontrar aquellos ojos ausentes.

En sus sueños, pasea en silencio siguiendo cada uno de sus pasos.
De vez en cuando alguna lágrima resbala por su mejilla y cae sobre la tierra seca resquebrajando su superficie y creando grietas que se extienden desde sus pies hacía la nada existente dos metros allá, pero la composición de su rostro no se ve alterada.
Los mismos árboles que hace diez años la vieron interpretar aquella película de la que ahora no es sino una simple espectadora, la ven ahora en blanco y negro, como un recuerdo que intenta revivir un pasado inexistente, arrastrando un dolor tan intenso que apenas le permite levantar la mirada del suelo.

Ella no sabe por qué continúa siguiéndolos; tal vez, no tenga ningún lugar a donde ir. Desearía poder borrar de su mente esos últimos diez años y ver frente a si una simple foto de una tarde de verano, pero no puede olvidar.
En algún momento se atreve a levantar la mirada, y en ese preciso instante la ve girarse lentamente, y le devuelve una leve y triste sonrisa que le apuñala con fuerza el corazón.

El viento cambia de dirección, la luz del sol se apaga lentamente y la niebla cubre el horizonte haciéndolo invisible, pero ella no es consciente de nada. En silencio sigue preguntándose una y mil veces por qué, y sigue jurando al cielo que lo esperará siempre, y sigue prometiendo jamás olvidar.

Levanta la vista esperando encontrarse de nuevo aquellas siluetas que lo obsesionan, y se prepara para la punzada de dolor que le provocará de nuevo el encontrarse con su mirada, pero el escenario ha cambiado. Los árboles que un día formaron parte de su pasado y ahora sólo forman parte de su recuerdo han desaparecido, y las lágrimas parecen haber borrado completamente el color de un suelo gris y pedregoso.
A lo lejos, no hay nada. Nadie a quien seguir, no hay pisadas que buscar, simplemente no hay nada.



Entonces despierta.

Observa el hueco vacío de la cama durante algunos minutos, y aquella foto que colocó en su mesilla el mismo día que se marchó.
Está amaneciendo a través de su ventana.
Se pone en pie, coge aquella foto y la guarda en un cajón deseando que algún día sus sueños vuelvan a cubrirse de sangre y desaparezca el dolor de la realidad.

jueves, 9 de agosto de 2012

Cada caricia eran meses, cada beso...

Se llama Eva, y tiene treinta años.
Su cabello es oscuro y liso; su cuerpo pequeño y delgado, y hoy sus ojos tienen un brillo diferente.

Un día su vida se cubrió de tristeza.
Aquella persona que le había prometido ofrecerle todo su amor y todo su futuro, aquella en la que tanto había confiado, la abandonó por otra, y se sintió traicionada, como un muñeco viejo sustituido por uno nuevo que todavía conserva un aire desconocido o un olor especial.

Se llama Adrián, y tiene treinta años.
Su cabello es oscuro y rebelde; su cuerpo grande y fuerte, y hoy sus ojos rasgados también tienen un brillo diferente.

A lo largo de los años su vida se había llenado de amargura.
Aquella persona a la que había prometido ofrecer todo cuanto era, hacía tiempo que había dejado de demostrarle su amor, y el tiempo pasó hasta desgastar sus propios pensamientos y la simple ilusión de vivir.

Llevaban meses viéndose a diario sin apenas saber el nombre el uno del otro, pero un buen día la historia tomó un rumbo diferente. Él se sentía agotado y miserable; ella se sentía sola, se sentía tremendamente perdida.

Sin saber por qué, él confió en aquella desconocida para contarle todo aquello que nadie jamás había escuchado, todo aquello que le estaba matando por dentro en silencio y lenta agonía, desnudó su alma y por primera vez en muchos años se sintió libre mientras ella simplemente le escuchaba; se convirtió en el hombro en el que apoyarse y en la luz al final del camino; al cuarto día, ella le confesó que le quería, y sin dudarlo un instante, el contestó que también.

Pasó el tiempo; en los rostros de ambos se borraron las arrugas de la edad, rejuvenecieron diez años, y con la ilusión de un niño aprendieron de nuevo a sonreir, a sentir un abrazo, a besar, a desear que el tiempo se parara por siempre por un simple roce de su piel, y a vivir; el día que aprendieron a vivir sus miradas se iluminaron hasta no necesitar otra luz que alumbrara sus caminos.

Se trasladaron a un pequeño piso de enormes ventanales sin cortinas, y ahí alimentaron su amor, sin prisas, vieron crecer su confianza y sus ilusiones día a día, y nacer a una pequeña niña de rizos rubios y ojos castaño claro.


Desde el edificio de enfrente, una anciana los observaba día y noche a través de un pequeño agujero abierto en la pared al que ni siquiera se le podía denominar ventana.

Sentada en una pequeña banqueta azul, los observaba reír y conversar y mientras veía crecer a la pequeña de rizos.

Hacía tiempo que había dejado de vivir, de comer, reir y sentir; cualquier rastro de ilusión por la vida se escapó por aquel pequeño agujero. Hace poco también ella tenía treinta años, ahora los sentía como ochenta.

En su soledad, únicamente hablaba con la sombra de un pasado que ahora se encontraba al otro lado de la calle, rozando la mano de otra, y su vida se limitaba a observar con tristeza aquella vida que le correspondía y que un día le arrancaron de los brazos creyendo que su amor se había agotado.

Jamás quiso olvidar, le suplicó que regresara, le imploró, lloró hasta que se le agotaron las lágrimas, y finalmente, juró esperarle toda la vida, y así lo hizo.

Cada caricia que presenciaba le restaba meses de vida, cada beso... años.

viernes, 11 de mayo de 2012

Un día de ira

El tiempo parece funcionar a un ritmo distinto cuando sientes dolor.

Los días parecen convertirse en semanas, las semanas en meses, y cuesta recordar que un día caminabas tranquilamente por la calle sin ser consciente de tu propia suerte.

Llevaba semanas soportando el dolor causado por una inflamación de las vértebras y pensando que si algo me quedaba como consuelo es que era dificil que emporara si no hacía nada que lo provocara, pero me equivoqué; al día siguiente me levanté con la casi totalidad de la espalda contracturada; hasta el simple hecho de respirar parecía dolerme.

Aquel día era miercoles.
Por primera vez en muchos años estaba sóla en casa; mi novio estaba de viaje y yo ni siquiera sentía su falta, y mientras caía la noche sentí explotar algo dentro de mí, y lloré de rabia, de dolor, de impotencia y amargura hasta que observé la patética imagen que me devolvía el espejo.
Bajé a la calle dispuesta a tirar la basura, y esperando tal vez poder tirar dentro de ese contenedor algo mas que residuos y sentir algo de paz.

Pueblo viejo de Belchite.

Sólo diez pasos para alcanzar los contenedores.
Un pájaro se me caga encima e instintivamente entrecierro los ojos y observo el cielo oscuro esperando ver el rostro de alguien partiéndose de risa allá en lo alto.

Tiro la basura, y todavía apreciando el magnífico olor de los desechos una pareja de jóvenes con traje me cierra el paso.

- Buenas noches -me dicen exhibiendo una blanquísima y perfecta dentadura-
- Buenas noches... lo siento pero es que....
- Alguna vez has hablado con Dios.
- Nunca he tenido ocasión de verlo para charlar con él, pero os aseguro que me encantaría conocerlo.
- No querrás que nuestro señor se te presente aquí, a ti precisamente, el señor es omnipresente, no necesita estar aquí para que hables con él.
- Llámame loca, pero no voy a hablar con alguien a quién no puedo ver.
- Si lo haces te ayudará con todos tus problemas y serás feliz por primera vez en tu vida.
- ¡Genial, me has convencido! ¿llevas un formulario? ¿dónde firmo?
¿Y tu Dios me buscará trabajo si pierdo el mío, hará que me olvide del dolor que apenas me deja andar, me devolverá la ilusión por la vida? ¿Hará acaso que deje de lloverme mierda del cielo? -digo mientras vuelvo a mirar el cielo-
- Cada uno tiene su propia lucha, no puede hacerlo todo por ti. Recuerda que él te creo.
- ¿Que él me qué?
- ¿De verdad crees que todo ésto nació de una explosión?
- ¿De verdad crees que esto lo creo un... alguien?
- ¿Cómo se crea este banco de madera? Tu vida debe ser muy triste pensando que una vez que mueres no hay nada.
- Perdona... ¿Y de qué iglesía decís que sois?
- De la iglesia de Jesucristo. Fundada en 1829 por Jonh Smith.
- Bonita secta -ambos sonríen, desearía escuchar lo que piensan de mí en ese momento-
- Hemos incluso convencido y ayudado a gente mucho peor que tú, no pierdes nada en escuchar.
- ¿Gente "mucho peor que yo"? ¿pero eso es posible? no ireis ahora a rezar por mi alma envenenada y condenada, ¿verdad?
- Sólo tu puedes pedirle a Dios que perdone tus pecados.
- Os dejo la tarea a vosotros, que parece que tenéis mas tiempo libre.
- Si nos acompañas, podrás ver el paraiso junto a nosotros.
- Esto.... ¿me estáis proponiendo algo indecente? os advierto que además de mala sangre no es mi mejor día.
- No, no, tranquila, jamás se nos ocurriría.
- ¡Cómo que jamás se os ocurriría!
- El paraiso que te ofrecemos no tiene fronteras ni límite, si pudieras verlo jamás podrías rechazarlo -Contestan mientras ponen en práctica una sonrisa perfectamente ensayada-
- Habéis estado a punto de convencerme; os doy las gracías sinceramente, me habéis alegrado la tarde -les respondo mientras río-, pero tengo que irme, este olor a basura no me está dando precisamente hambre, y quisiera deshacerme del precioso regalo que el cielo acaba de ofrecerme.