martes, 28 de febrero de 2012

Be mine



Es domingo por la mañana.
La música suena al otro lado del mundo, mientras se observa en el espejo.

Lleva quince minutos de pie delante de si misma, observando como nacen las lágrimas, como poco a poco se hinchan los párpados y el blanco de sus ojos se torna rojizo.
Llora en silencio, pensando que nadie debería llorar escondido, a solas y procurando no hacer ruido, y se pregunta por qué, por qué todo tiene que ser tan complicado y a la vez tan malditamente fácil, por qué no puede tomar de una vez por todas las riendas de su vida, y volver a ser niña si así lo desea, o aprender a ser adulta y dueña de su presente.

Otros cinco minutos.
La imagen devuelta por el espejo deja de tener sentido; no es capaz de reconocer la extraña de ojos oscuros y brillantes que se encuentra frente a ella. Mientras la observa llorar en silencio, su mirada ausente se cruza un instante con la suya, y el miedo y la desesperación que encuentra en su interior le hace retirar la mirada.
Cierra los ojos. Consigue bloquear los pensamientos que asaltan su mente.

En ese momento suena una canción.
No conoce quién canta, tampoco entiende qué es lo que dice, pero no lo necesita; sabe que esa canción está hecha para que suene en ese preciso instante, para ella, sólo para ella.

La conversación con aquella canción dura escasamente cuatro minutos.
Ella le replica que no puede hacerlo; jamás ha sido lo suficientemente valiente, teme al dolor, teme al futuro y se siente completamente suya, pero la canción le dice que lo haga, que abandone esa endiablada vida para siempre; que evite mirar atrás.
Pasan algunos segundos en silencio sin saber qué decirse, hasta que comienza a gritarle enfurecida que se limite a observar la mirada demacrada y angustiosa que le devuelve el espejo y lo haga; que contemple su cuerpo marchito, cubierto de heridas de amor y acabe con todo; que recuerde cada golpe, cada insulto, cada humillación, cada lágrima, que olvide su rostro, que olvide el pasado y se atreva a escribir un punto final a esa historia.


Vuelve a contemplarse al espejo. La música sigue sonando. Las lágrimas cesan.
Con tranquilidad se lava la cara, se arregla el pelo y ensaya una sonrisa.

Cierra los ojos mientras abre la puerta, y al cruzarla el impulso y la ilusión por comenzar una nueva vida desaparecen.
Está acostumbrada a olvidar.
El viento la despeina al abrir la ventana. La música continúa sonando; sigue susurrándole que lo haga.
Sube al alfeizar y permanece ahí unos instantes sujetándose a ambos lados de la ventana y sintiendo el aire en su rostro.
La canción está a punto de terminar, vuelve la mirada hacia el interior; cada rincón de la habitación le trae recuerdos.
Escucha abrirse la puerta de entrada; mira de nuevo al frente, nunca hubiera imaginado que ese viejo edificio fuera lo último que verían sus ojos.
Se cierra la puerta, y sin volver a mirar atrás, se arroja al vacío. La música desaparece.

Tras la primera puerta la música le sigue hablando.
Frente a la puerta de entrada, duda durante un fragmento de segundo.
La música sigue sonando cuando abre esa segunda puerta; cuando la cierra todo termina, la música cesa, los recuerdos se borran, el presente muere; la vida comienza.

martes, 7 de febrero de 2012

El hombre malo

Observo jugar a Zoe con el muñeco del "hombre malo".
Sólo tiene año y medio, todavía está limpia de prejuicios y experiencia, para ella no existe el futuro mas allá de ese momento de diversión, y entre todos los muñecos, el día de hoy su preferido es ese.
Llevo cinco minutos mirándola sin verla, mis ojos siguen fijos en ella, pero mi mente ha volado seis años atrás. Me pregunto sin un día conocerá esta historia...


Tenía veintiocho años.
Llegó un día en el que miró alrededor y vio que no tenía nada dentro ni fuera de si mismo.
Contó el número de años que sumaba sobre su cuerpo y se imaginó todo aquello con lo que soñaba al ser pequeño, y no lo encontró.

Mendigó afecto en la barra de un bar, y por sólo 60 euros, encontró un primer amor.
Se enamoró al instante, tras contemplar su cara de niña de ojos claros y cabello rubio, ni siquiera el torrente de drogas que le recorría las venas cuando la conoció fue un obstáculo para él.

La convirtió en su único nexo con la vida; quiso darlo todo por ella, y para sentirla mas cerca se adentro cogido de su mano en un mundo donde todo era mas sencillo y la vida adquiría colores que ni siquiera había imaginado que existieran.

Y así pasaron meses en que apenas aparecía por casa mas que para dormir; algunas noches no volvía, otras lo hacía por la mañana tras haber pasado la noche en el hospital. Lo único invariable de esa época fueron los gritos que inundaban cada rincón, y el miedo a hablar o a preguntar, la combinación de gritos y silencio mas brutal que he conocido.

Un día de sol le dijo que había encontrado el amor en otro lugar, y así, sin mas, se marchó y de nuevo se quedó solo, pero era una soledad diferente a la que ya conocía, esta dolía todavía mas.

En ese momento, se le presentaron varios caminos a seguir, unos fáciles y otros difíciles; escogió el mas fácil: el del odio.

Permitió que la rabia y el odio gangrenaran su mente, y todo ese dolor, la soledad aplastante, y su falta de fuerza y autoestima aumentaron vertiginosamente. Comenzó a odiar cualquier tipo de vida, y acabó canalizando ese odio en una sola dirección buscando un culpable para todos sus problemas.

Buscó a su alrededor gente con la que compartir ese odio, comenzó a intentar propagar todo aquello que le quemaba dentro y disfrazo su cuarto de insignias, libros nazis y esvásticas.

Una noche, colocó en una vitrina junto a su ejemplar del Mein Kampf una figura de Hitler que compró a través de Internet.
Una madrugada se dio cuenta de que el odio no lograba llenarle por completo, y así el mismo día que conoció a la actual madre de su hija, guardó en un cajón su pasado.

Años después mi madre encontró la figura de Hitler en aquel mismo cajón, y decidió sacar el pasado a pasear. Lo colocó frente a su cama, junto a las novelas históricas de mi padre, y entre sus brazos la Barbie bailarina de mi hermana.

Ese mismo día le preguntó si quería llevárselo; miró a su novia, después a su hija y contestó que no.