sábado, 26 de febrero de 2011

Dolor



1. No queda ningún tipo de esperanza.
2. El dolor no parece tener límite, el sufrimiento es constante.
3. No temo a la muerte, siento que la muerte ya se llevó parte de mí al nacer.
4. Me costó decidir cómo hacerlo, pero no necesité un calendario para conocer cuando sería el final.
5. No hay nada que me ate a esta vida, nada que me atraiga hacía ella mas de lo que lo hace la muerte.
6. Mañana llorarán mi muerte, pero en una semana nadie recordará mi nombre.
7. Lloro por dentro todo lo que mis ojos no son capaces de llorar.
8. No soy capaz de soportarlo.
9. Es de noche. El silencio lo cubre todo.
10. Me espera un baño caliente.
11. El contacto del agua caliente sobre mi piel me relaja, pero no consigo tranquilizar mi corazón.
12. Si pudiera vivir eternamente este momento, me quedaría aquí, pero sé que esto no es más que una ilusión.
13. Enciendo la radio, está sonando la Sonata pathetique de Beethoven.
14. La cuchilla está junto a mí, la veo resplandecer bajo la luz. Me observa, me llama.
15. Temo el dolor, pero sé que este será el último sufrimiento que padezca.
16. Con lágrimas en los ojos hago un corte longitudinal en mi muñeca derecha.
17. Odio la sangre, creo que no medité adecuadamente cómo hacerlo.
18. Siento nauseas, pero sigo adelante;
19. Hago un corte más preciso y produndo, necesito descansar.
20. Espero. Solo espero. No me queda nada más.
21. El agua toma un tono rojizo.
22. Siento que las lágrimas inundan mis ojos, ojalá pudiera escapar de otra manera.
23. Suena ahora el Adagio for strings de Samuel Barber, ojalá pudiera escucharlo entero, ojalá pudiera volver atrás.
24. Cierro los ojos para siempre, pero no marcho en paz.



lunes, 21 de febrero de 2011

Los amantes de Teruel

Año 1.555.
Se descubren dos cuerpos enterrados juntos en una capilla de la ciudad de Teruel; junto a ellos, un antiguo y casi ilegible documento relata una historia que se remonta más de trescientos años atrás.

Detalle de la escultura de Juan de Ávalos y Taborda situada sobre los restos de Juan* Martínez de Marcilla e Isabel de Segura en el mausoleo de los amantes, en Teruel.
Aunque en no se aprecia bien, las manos de los amantes no llegan a tocarse.

A sus ojos, no existe diferencia entre ambos. Isabel se ve reflejada en los ojos de Diego cada tarde, y él puede hacer lo mismo con los de ella. Crecen viendo pasar el tiempo el uno junto al otro sin advertir que la amistad que ahora los une se convertirá un día en un amor imposible.

Pasan los años, y al enamorado Diego de Marcilla le rechazan la mano de Isabel de Segura alegando su escasa fortuna. La diferencia de riquezas entre sus familias se hace patente por primera vez, y Diego no duda en partir a la guerra para conseguir aquel requerimiento, no sin antes solicitar a su amada un plazo de cinco años para conseguir su objetivo.

Suenan campanas de boda.
Corre el año 1.217. El mismo día que cumple el plazo solicitado, Diego regresa a Teruel.
Exhausto pero cargado de honores y riquezas accede a la villa escuchando a su paso el tañir de las campanas, sin saber todavía que aquel sonido es en honor de su amada, que apremiada por su padre y viendo que el tiempo pasaba sin haber tenido noticias suyas, se ha casado con el hermano del señor de Albarracín.

Rabia, impotencia, dolor, desesperación, odio... son demasiadas las emociones que lo embargan cuando acude ante Isabel para rogarle un último beso como prenda de ese amor imposible.
Dolor es lo único que siente cuando Isabel le niega aquel último beso y algo se rompe en su interior arrancándole la vida y cayendo muerto a sus pies.

Las campanas de boda han trocado sus tañidos por los de un funeral que acompañan a una silenciosa comitiva que transporta el cuerpo del desafortunado amante hasta la iglesia de San Pedro.
Todos los asistentes presencian como una dama vestida de luto y con el rostro cubierto se acerca al cuerpo inanimado de Diego; todos pueden ver como alza su velo frente a él y lo besaba; nadie pudo ver como una lágrima recorría su rostro mientras le besaba; nadie pudo ver como el dolor que sintió al darle aquel beso que le negó en vida había acabado también con su vida.

Aunque tarde, ambas familias comprendieron el alcance de aquel amor, tras lo que tendieron a Isabel junto a su amado y los sepultaron juntos para un descanso eterno.

* Aunque popularmente se le conoce como Diego de Marcilla, su nombre real, tal y como consta en los escritos, es el de Juan Martínez de Marcilla.

lunes, 14 de febrero de 2011

Maldita suerte

Se oye un ruido lejano que solo yo parezco percibir.

Escucho un crujido, pero no veo nada.
Un crujido más; esta vez puedo ver una rama esforzándose en no ceder, pero su herida es profunda y acaba cayendo al vacío.

Mi mente viaja a la misma velocidad que aquel fragmento de árbol: se detiene con cada obstáculo que golpea, y arrastra tras de sí nuevas ideas, igual que la rama arrastra fragmentos del árbol del que segundos antes formaba parte.
Tan solo quedan unos segundos para que alcance el suelo.

Ellas hablan de cualquier bobada, ajenas a su futuro; yo doy cuatro pasos atrás, actúo como mera observadora y sonrío esperando el desenlace de la historia.

Algo cae al suelo, se agachan a la vez, la más rápida lo recoge del suelo: es una hoja. Se incorpora y al hacerlo choca con su amiga golpeándole en la mandíbula. Parece que el golpe ha sido fuerte; noto un hilillo de sangre de su barbilla abriéndose paso entre sus manos, y a su amiga presionando su frente.
Un segundo mas y cada una olvida aquel golpe tan tonto tras recibir el impacto de una gran rama del mismo árbol que les proporcionaba sombra.



Ellas caen. Yo me siento a observar.
No puede ser... no creo lo que estoy viendo. ¡Se están levantando! ¿pero cómo es posible...? ¡se levantan! ¿Por qué? Ojalá hubieran muerto, ojalá todavía pueda caer algo que las mate. Tal vez debería acercarme a ayudarlas, pero realmente sus patéticas vidas me importan una mierda, y no quiero que se equivoquen al pensar que me pueden importar lo mas mínimo.

Lo que debería hacer realmente es acercarme y terminar lo que este maldito árbol no ha sabido hacer. Maldita suerte la suya... parece que además de lameculos terrenales, deben serlo también celestiales, porque si no, no lo comprendo.

martes, 8 de febrero de 2011

Desde la cobardía... una carta a mi madre

Ahora que se acerca tu cumpleaños quisiera mas que nunca acceder al lugar en el que guardas tus recuerdos, en el que los proteges como si se tratara de un secreto inconfesable o un tesoro que temes ser robado.

Entraría mientras duermes, a través de tus ojos; borraría de tu memoria las pocas lágrimas que te he visto derramar, y haría desaparecer el recuerdo de cada una que reprimiste y que a veces siento que derramé en tu lugar. Si pudieras prestarme tu fuerza, si pudieras confesarme dónde guardas todo aquello que te hizo sufrir y me enseñaras a esconder el pasado en un lugar en el que tampoco yo lo encontrara, no llegaría a ser la mitad de fuerte de lo que siempre me has demostrado ser.

Entraría cuando el pasado reposa y los sueños siguen tal vez resucitándolo de vez en cuando, pero necesitaría adentrarme tanto en tu mente que siento que una noche de sueños no sería suficiente para comprender, para arrancar al pasado todos los porqués, los cuándos ni los cómos, para perdonar que no supieras verme hasta que me hice de carne y hueso, para perdonar el jamás escuchar de tu boca un te quiero; para olvidar que no me enseñaras a pronunciar un te quiero, y que me faltara una mano que me ayudara a levantar.



Desearía que supieras que algo me impedía ser feliz; que fueron muchas las noches que accedí al mundo de los sueños con lágrimas en los ojos, y que durante un tiempo tan solo deseé un sueño eterno que me alejara de la soledad que me atormentaba.

Desearía que supieras que si no hubieras criado una cobarde de mierda que ni siquiera es capaz de haberte dicho nunca nada a la cara por miedo a verte sufrir, ahora no tendrías hija.

A pesar de todo, el pasado no es mas que una palabra. No tengo capacidad para guardar rencor ni creo que debiera hacerlo.
El tiempo pasa, y lo único que tengo claro es que aunque guarde dentro las palabras, te quiero como ningún hijo te podría querer.
Ojalá pudiera decirte tan solo esto último.

jueves, 3 de febrero de 2011

Piedad

No entiendo por qué la he dejado en aquel portal.

Las calles están preciosas vestidas de blanco; me trasmiten la paz y tranquilidad que necesitaba.
A mi alrededor la gente parece no disfrutar de la misma manera; llevan caras de cansancio y hastío, lo habitual cuando algo se repite tantas veces como para perder cualquier atisbo inicial de magia. Camino lentamente entre miradas extrañas, bajo la nieve y sobre ella, observando al cielo llorar lágrimas heladas y sintiendo como los copos de nieve se derriten al contacto con mi cara. No siento frío; fuera es invierno, pero yo siento el calor del verano en mi interior. Me siento viva, incluso podría decir que feliz.

Observo a los niños; ellos todavía no han perdido la ilusión; tienen la suerte de haber nacido en el lugar adecuado, y de que el tiempo les pertenezca, de poder jugar con la tierra y todavía intentar beber de la lluvia. Me encanta mirar sus caras, son un espejo a la vida, pero han pasado muchos años y he visto demasiado como para poder creer que la felicidad pueda ser eterna.

Sigo mi camino.
No sé por qué la he dejado allí, no sé qué estaría pensando.

Deja de nevar. Los niños se llevan consigo todo sonido; puedo escuchar los pasos del silencio a mi alrededor.
Es una calle blanca; vacía y blanca. No hay coches que ensucien la afonía de este momento ni que delimiten la zona humana de la preparada para máquinas. Siento que esa calle es mía, que me pertenece, y cuando veo un chico observándome en la distancia me sumerjo en un instintivo estado defensivo, le apuñalo en la distancia obligándole a irse, y lo consigo. De nuevo es solo mía.

Ya no recuerdo que la dejé olvidada en un portal, ni me angustia la idea de no encontrarla al llegar, no me importa hacía donde me dirijo, dejo que la calle me guíe.
Sigo caminando, pero no reparo en ello hasta que estoy bastante cerca. Veo un bulto sobre el suelo, y a continuación veo otro, y otro mas. Durante un instante de duda me quedo paralizada, pero algo me obliga a seguir adelante. Ahora distingo lo que es, ojalá no lo hubiera visto, si pudiera volver atrás y borrar todo de mi mente, olvidaría también que la dejé olvidada y quería recuperarla.



Me siento rodeada de muerte, pero la realidad es mucho peor.
Recorro con la mirada su cuerpo inmóvil, me quedo paralizada al darme cuenta que el brillo de sus ojos no se ha extinguido todavía: agoniza esperando una muerte colectiva.
A pesar de que solo se trata de un animal no puedo reprimir una lágrima, solo una. El manto de nieve que cubre la calle está ahora salpicada de sangre de niños, hombres, ancianos y animales sin futuro, y aunque cada uno de ellos se merece un mar de lágrimas no puedo ofrecerles mas que una sola lágrima, eso y una última ayuda.

El mismo chico que había ahuyentado aparece de nuevo. Se me acerca lentamente, con cautela, y cuando está cerca se presta a ayudarme.
Evitamos que nos miren. Vamos cerrando sus ojos para siempre y nos bañamos con su sangre al arrancarles la vida y ofrecerles descanso. Solo se escuchan sonidos de un último respiro, pero ninguno grita; ninguno pide una nueva oportunidad.

Hemos dejado atrás la calle.
No sé por qué, pero sigue caminando a mi lado, en silencio.
Cae la noche.
Por fin llego al portal y la veo ahí, tal y como la dejé, pero ya no me importa. No sé si cogerla o dejarla.