viernes, 26 de agosto de 2011

Extraños

Para ella no existía el ayer, pero tampoco el mañana; vivía un presente eterno.

Se negaba a anclarse en el pasado y por eso lo tenía siempre bien guardado en un cajón. No quería perderlo completamente pero tampoco tenerlo siempre a la vista, así que no encontró otra alternativa.

Respecto al futuro, era consciente de que siempre estaría acechando su sombra, no era una ilusa, pero jamás le importó y prefirió simplemente, mirar hacia otro lado y dejar de cumplir años.

Sus paredes estaban decoradas con estrellas de mar y con sueños, pero jamás con fotografías; no necesitaba una imagen de la gente a la que quería o había querido, ni siquiera de los que ya no existían; a todos ellos los llevaba grabados a fuego en su mente, un material mucho más poderoso que el papel fotográfico.

Así era que una caja guardaba la parte menos importante de todos sus recuerdos, y sólo de vez en cuando se permitía la debilidad de abrir esa caja y contemplar las pocas huellas impresas y visuales de su pasado.

A veces, en un intento por borrar del pasado su propia huella, partía las fotos deshaciéndose de la mitad que le correspondía, dejando así retazos de un pasado que parecía querer borrar poco a poco.



Un día se encontró una foto de carnet dentro de un libro.
No conocía a aquella persona ni sabía su nombre, pero dado que eso implicaba no tener ningún tipo de recuerdo no solo la guardó, sino que la colocó en una de las habitaciones.

Con el tiempo, su colección de desconocidos aumentó.
De vez en cuando se paraba a mirarlos, les preguntaba sus nombres e intentaba adivinar sus sueños a través de sus rostros hasta llegar a construirles una historia.

Pasaron muchos años antes de que una de sus hijas se atreviera a preguntar por qué no tenía fotos suyas colocadas en casa como hacían los padres normales y sin embargo sí de desconocidos. Ella sólo respondió que no las necesitaba.

Nunca le había gustado sentirse diferente al resto, le hacía sentirse ridícula, así que en un acto de desafío hacia su madre, le regaló un marco de fotos. El primero.

Aceptó el regalo con extrañeza pero de buen humor.

Años después el retrato de aquellos desconocidos con que venía el marco continuaba en el salón de mi casa, y mientras mi hermana miraba con odio a los extraños e incluso con rencor a mi madre yo sonreía al pensar lo que me encantan sus rarezas.

martes, 23 de agosto de 2011

A diez la hora

Quedan catorce horas, veintidós minutos. Espero no llegar tarde.

El tiempo parece transcurrir demasiado despacio, y este coche avanzar demasiado lento. Tal vez sea la prisa y el cansancio los que provoquen esta sensación, pero el camino me parece interminable.

Miro a la derecha. Todo parece más grande desde aquí.

La sensación debe ser similar a la que se puede sentir en una pequeña barca en mitad del océano mientras miras a tu alrededor y sólo eres capaz de contemplar la inmensidad de tal extensión de agua, e incluso eres capaz de apreciar la curvatura de la tierra allá dónde tierra y cielo se unen, y entonces, en un primer instante parece que el peso de la gravedad sobre tu cuerpo sea mayor, te sientes pequeño e insignificante al darte cuenta de que en ese momento podría tragarte la tierra y nada cambiaría. Podríamos decir que te das un baño de realidad.

Abres bien los ojos, miras a tú alrededor con asombro intentando grabar en tu memoria esa instantánea para no perder ningún detalle, y el tiempo pasa.


Miro a la izquierda. Comienzo a poder pestañear.

Imposible perderse ningún detalle, simplemente no hay detalles.
Tierra y más tierra, ni siquiera un triste cactus de esos tan graciosos con brazos que salen en las pelis americanas, ni una bola de ramas secas de las que ruedan, ni buitres esperando tu muerte, ni indios persiguiéndote; no hay absolutamente nada más que un terrible sol y un cielo completamente despejado.

Si al menos hubiera una puñetera nube en el cielo podría jugar a buscar formas o entretenerme viéndolas pasar, pero lo único que hay es una carretera mal asfaltada que ya no tengo claro si lleva a algún sitio o no tiene final. Quizá me esté conduciendo al infierno; con este calor y esta sed, se le aproxima bastante.

Ahora lo miro conducir. Tan blanquito y frio, tan silencioso y potencialmente mortal. Por qué demonios no me gastaría un poco mas de dinero y compraría uno que fuese capaz de dar un mínimo de conversación, o al menos que llevara música incorporada. No me gustan los humanos, pero en este momento incluso agradecería tener uno cerca.

Qué es eso que veo a lo lejos... ¡una estación de servicio!
- Para ahí.
- Sin problemas.

Después de tantas horas sentada creí que no sería capaz de recordar cómo utilizar las piernas, y casi no me equivoco, parezco una anciana con artrosis al intentar salir del coche.

Acceder a la zona de sombra me devuelve la vida, y el saborear el aire acondicionado me hace desear olvidar mi destino y establecer mi residencia habitual en este lugar, sea cual sea y esté donde esté, pero dejemos las tonterías para más tarde y veamos qué precio lleva todo por aquí.

- ¿Cuánto vale este bono de doce horas?
- 120
- ¡120! ¡pero qué barbaridad! sabéis que sois unos estafadores, ¿verdad? Mmmmmm bueno, me lo quedo, pero debes saber que me dais asco.
- Como si me importara lo que dices. Saca la pasta y yo saco la mercancía. No money, no time.
- Aquí tienes, pero más vale que a ese precio seas capaz de hacerlo bien.
- ¿Derecho o izquierdo?
- Derecho. El izquierdo ya se llevó el anterior pinchazo.
- Como prefieras. Cierra los ojos, sólo serán unos segundos.
Casi he terminado.... y ya. Ya puedes abrir los ojos cuando quieras. Buen viaje.

Abro los ojos.
Me he gastado prácticamente todo lo que tenía en quitarme de encima diez horas, pero ha merecido la pena, solo quedan dos horas y diez minutos... todavía quedan dos horas y diez minutos.

El paisaje es igual de asqueroso, tierra y mas tierra allá donde mire, pero ahora sin luz. Ni siquiera las estrellas sabrían que hacer en un lugar así. Si tuviera dinero...

viernes, 19 de agosto de 2011

Bocetos

Me mira sin ver; con la mirada perdida, una sonrisa en los labios y un profundo silencio.

Cuando me habla lo hace pausadamente, parece querer hipnotizarme, y creo que lo consigue; en ese momento no soy capaz de mirar más allá de sus ojos; ni siquiera me importan las palabras, creo que podría pasar horas escuchando su voz o perdida en la profundidad de sus ojos. Tal vez sea esto lo que llaman amor, o tal vez esté perdiendo la cabeza y no me importe, pero a veces…

Si fuera capaz de escuchar sus pensamientos sofocaría esa inquietud que a veces siento cuando me mira; sólo necesito conocer lo que se esconde tras cada palabra silenciada para conseguir matar todas esas las dudas que noche tras noche se acumulan en mis sueños. ¿Y si le hablara, si le preguntara? Sería tan fácil como eso, pero no… no quiero que sienta desconfianza por mi parte, no quiero darle una oportunidad para alejarse de mí. Sé que en el fondo no lo merezco.

Y de nuevo llega la noche. Me mira, y en silencio, siempre en silencio, me abraza, me desnuda y me hace olvidar todas mis dudas bajo el peso de su cuerpo, cuando ya nada más importa.

Cierro los ojos; es entonces cuando comienzan las pesadillas. Mi mundo se viste de oscuridad y dolor, de gritos y sangre.

Llaman a la puerta; siempre llaman a la puerta. A veces es un simple comercial de fe, otras veces un vendedor, un familiar o un amigo, no importa, siempre es lo mismo. Con esa eterna sonrisa en los labios los invita a pasar y les ofrece un café mientras cierra la puerta tras ellos. Se asoma a la ventana; nadie. Agarra un martillo, y sin perder la sonrisa lo hunde en el cráneo del visitante que espera café.

Apenas les da tiempo de reaccionar; un golpe seco, sangre que brota, un gemido ahogado, e invariablemente abrazan el suelo con los ojos aún abiertos.
Él les observa en silencio esperando un movimiento mientras cuenta hasta diez en voz alta. Si todavía se mueve le asesta un nuevo golpe en cualquier parte de su cuerpo, y cuando por fin todo parece haber terminado coge una libreta, escribe la fecha en la parte superior y comienza a dibujar.
No es su intención quitarles la vida, pero a veces le es difícil contener la emoción. Cuando eso sucede abre la puerta del sótano y simplemente los deja rodar escaleras abajo; cuando consigue controlarse intenta completar su colección.

Es un sótano demasiado grande para pertenecer a una casa normal, con una pequeña luz que evita que se encuentre completamente en penumbras. En su interior se encuentran tantos restos como despojos humanos que aún tienen la desgracia de tenerse en pie. Todos despertaron allí; arrancados sus ojos, algunos lo hicieron sin volver a ver, otros jamás volvieron a saber lo que era tener piernas, pero todos perdieron la esperanza el primer día que tuvieron que alimentarse de carne humana.

Luego me despierto. Las nauseas me inundan y corro hasta el baño; al volver al dormitorio veo una mancha de sangre en la puerta del sótano y pienso en que hace tiempo que parezco aislada del mundo, pero no, no puedo preguntarle, no quiero alejarme de él ni arriesgarme a tener que olvidar.

viernes, 12 de agosto de 2011

¿No te cansas?

- Papá... ¿no te importa tener que traerme aquí cada tarde? - No hijo. - Y ¿por qué? - Porque me encanta este lugar. Y tú, ¿no te cansas de venir? - Tampoco En un pequeño rincón de este país escuché este fragmento de conversación entre un padre y su hijo. Ojalá pudiera recordarlo siendo yo aquel niño... ojalá pudiera tener la oportunidad de cansarme de un lugar así.

lunes, 1 de agosto de 2011

Soy una zorra, y yo sin saberlo.

Soy una zorra, y yo sin saberlo.

Como no lo acabo de comprender (además de zorra debo ser tonta de remate), echo mano de internet para intentar aclarar mis ideas y saber si debo o no debo mosquearme.

El primer lugar al que acudo es la rae, y esto es lo que encuentro:
1. f. Mamífero cánido de menos de un metro de longitud, incluida la cola, de hocico alargado y orejas empinadas, pelaje de color pardo rojizo y muy espeso…. Para para, creo que definitivamente esta acepción no es correcta para mí. Yo no soy pelirroja. Sigamos.
3. f. Carro bajo y fuerte para transportar pesos grandes. Espero que no hayan querido llamarme carro riéndose de mí, porque lo que es fuerte fuerte, no es que sea.
4. f. prostituta. No creo que hayan querido llamarme algo tan feo, trabajo con personas adultas y responsables, no con seres prehistóricos, además, tengo pinta de cualquier cosa, pero de puta no. Sigo adelante.
5. f. coloq. Persona astuta y solapada. La verdad es que no sé qué es lo que querrá decir con la palabra solapada, pero mola que piensen que eres astuto. Creo que a esto es a lo que se debían referir.

Pues oye, que me quedo más tranquila. Estaba comenzando a pensar que cuando ciertos compañeros de trabajo denominaron como zorras a toda mujer capaz de llevar pantalón corto estaban diciendo algo malo, pero realmente tienen toda la razón. Mi astucia para sofocar los pocos días de calor de este verano, no tiene límite.

Tal vez un día venga a trabajar en pelotas, pero mientras, ¡voy corriendo a darles las gracias por el piropo!