miércoles, 30 de marzo de 2011

De señores y vasallos

Estamos en el siglo XXI, y pese a ello en una pequeña sala de trabajo de un triste sótano todavía se ven claras diferencia entre señores y vasallos. Una de las pocas diferencias es que ahora los vasallos tienen que vestir traje y corbata para ser distinguidos entre la plebe.

Hace unos días uno de los señores que se sentaba al fondo de la sala se puso enfermo, y su buen compañero en un afán de ahorro de energía decidió apagar aquellas luces a pesar de que sus vasallos seguían trabajando en ese mismo lugar.
No quiero juzgarlo ni criticarlo, quien soy yo para hacer tal cosa, tal vez pensó simplemente que después de tantos años habrían sido capaces de desarrollar visión nocturna o se habían inmunizado ante semejante panorama, y en parte estaba en lo cierto. Aquellas personas habían dejado crecer en su interior un miedo tan grande a los corbatudos que no eran capaces de levantarse y de decir "aquí estoy", estaban tan acostumbrados a no luchar por nada, a besar el suelo por el que sus señores pasaban que solo comentaron que era una buena medida de ahorro.
Los de la sala gemela los mirábamos con simple tristeza de ver como se arrastraban por el suelo sin que les importara, y pensando con ironía como muchas veces el que ha sido vasallo antes que señor acaba siendo doblemente cabrón.

Estos últimos meses, mas que nunca, han sido mas que suficientes para estar completamente harta de corbatudos, trajeados, prepotentes, de los malditos bancos, de ese oscuro sótano, de que me tengan durante diez horas al día delante del ordenador sin hacer practicamente nada mas que mirar pasar el tiempo, y del miedo y la cobardía de la gente. Cuando alguien consigue infundarte miedo es cuando de verdad posee una parte de ti mismo y puede hacer contigo lo que quiera.


La semana pasada nos informaron a mi y a un compañero de que eliminaban nuestros puestos como programadores en aquel banco y que nos íbamos a la oficina, y a pesar de saber que este no es sino un simple paso previo a la calle, no pudimos reprimir una sonrisa de alivio al saberlo.
Desde ese día, los superiores de aquel banco que pusieron nuestros nombres en un papel no se han atrevido a mirarnos, e incluso han evitado el saludarnos al cruzarse con nosotros.

Hoy ha terminado una etapa de mi vida que ha durado exactamente seis años y un mes, y tenía dos opciones: ser melodrámatica y sentirme afectada o celebrarlo; por supuesto he elegido la segunda. Hemos llevado bombones para celebrar nuestra marcha y hemos tenido la educación que estos señores importantes no han tenido: ir a despedirnos de ellos. Pueden haberse portado mejor o peor con nosotros, pero no tiene porque significar el que debamos rebajarnos a su altura... y además, la cara de qué coj... hacen estos aquí ha merecido la pena.

Todo termina, y todo empieza. Me llevo mucho de estos años, así que supongo que ha merecido la pena.
Mañana después de tantos años, por fin veré la luz.

viernes, 25 de marzo de 2011

¿Cómo se puede ser tan tonto?

Además de mis funciones como programadora informática, parece ser que ejerzo como psicóloga oficial de las mujeres de la limpieza.

Hace ya unos años una mujercilla a la que creo que le faltaba algún chispazo de cordura se quedó maravillada por mis figuras de papel, y al tiempo cometí un grave error: regalarle una de ellas.
Tan solo era un cuadrado de papel con forma de caballito de mar, pero para aquella mujer fue como si le hubiera hecho el regalo mas preciado que podían hacerle, y me entregó una confianza que no había luchado por ganar y la cual ni siquiera quería (aunque suene cruel).

Desde esa mañana, cada día a las dos de la tarde venía a buscarme.
Aparecía por mi espalda y me hacía salir al pasillo sin que le importara lo mas mínimo si estaba mi jefe presente o si estaba reunida, y si no me encontraba en mi sitio preguntaba por mí y me esperaba a pesar de no saber ni mi nombre.
En algunos casos le decía que no podía salir porque estaba ocupada, pero otros días algo en su mirada hacía que me sintiera incapaz de rechazarla de nuevo y salía a escucharla, simplemente era eso lo que necesitaba, ser escuchada.

Día tras día las historias sobre su hija, "la Lore", se repetían. Me preguntaba qué podía hacer con ella, se preguntaba a si misma por qué no podía ser como yo, y todo esto a pesar de apenas conocerme.
Siguieron las historias sobre su marido, sobre como la ignoraba y lo sola que se sentía en aquella casa que compartía con su familia, y por último comenzaron los llantos. Venía a mí con el simple propósito de desahogarse, yo, sin saber que hacer ni qué decir, me limitaba a callar y a elaborar en silencio excusas cobardes para terminar con esa situación. Mientras tanto, observaba las miradas de asombro y de incredulidad de mis compañeros que se tomaban a risa una situación que a mí empezaba a angustiarme.
Un día, con gran tristeza, me dijo que la trasladaban y no podríamos vernos. Ella lo dijo con lágrimas en los ojos, yo dando gracias a un dios en el que no creo.



Meses después, a la misma hora fatídica, conocí a su sustituta mientras limpiaba los baños, y todo comenzó igual pero distinto. No necesitó desencadenante para comenzar a contarme orgullosa la vida y obra de su hija "la Jenny" (juro que no me invento los nombres por muy típicos que suenen). Cada día que tenía la "suerte" de coincidir con ella en el baño me retenía durante mas de un cuarto de hora en el que simplemente me limitaba a escuchar, asentir y poco a poco retirarme hacía la puerta sin que ella fuera capaz de comprender que no solo estaba en el trabajo, sino que no me interesaba la vida de su hija.

Después de bastantes encontronazos tomé la decisión de evitarla. Pasaron meses hasta que me la volví a encontrar y me dijo "¡cuanto tiempo sin verte! ¿es que ya no vienes al baño?". Ese día habló durante horas (o eso me pareció a mí) de su hija y lo genial que es su vida, me cantó e ¡incluso me bailó! mientras yo agarrada al pomo de la puerta esperaba que terminara de hablar para poder escapar.

Y yo me pregunto, ¿cómo se puede ser tan tonto?, y por supuesto que no lo digo por ellas, lo digo por mí.

martes, 22 de marzo de 2011

Olvidar

Y llega el día en el que no reconoces a la persona del otro lado del espejo, o simplemente, no quieres hacerlo; prefieres cerrar los ojos y olvidar. Olvidar.



Un día olvidé solo para poder recordar de nuevo.

lunes, 14 de marzo de 2011

Catorce

Nada que ver, nada que hacer ni que hablar.
Una aburrida tarde de verano en casa de sus abuelos se dispuso a buscar fotos antiguas en un cuarto en penumbras, y además de fotos, encontró un hermano.



Durante un instante su cuerpo se congeló pero su mente echó a volar hasta ser capaz de desenterrar un recuerdo que el tiempo había sepultado, y resonaron palabras en su cabeza que parecían haber sido pronunciadas tan solo un minuto antes pero que hasta ese momento siempre creyó que formaban parte de un sueño.

Contaba solo cinco años; no le importaba el pasado ni el futuro; su único propósito en la vida era sencillo, consistía en ser feliz.

En aquel momento, cuando su madre le dijo que aquel niño que vivía con sus abuelos no era su primo sino su hermano, ni siquiera entendió el significado de aquellas palabras, pero trece años después aquel mismo mensaje le golpeó con fuerza y sintió un brutal derechazo de realidad, sorprendió una lágrima sobre aquellos papeles, y se sintió más sola que nunca.

Nunca hubo mentiras, pero tampoco verdad, y se sintió impotente y ridícula de ignorar una realidad que excepto ella y su hermana, todos conocían, y comprendió, por fin comprendió;

La dureza de carácter de su madre, la hostilidad de su hermano durante cada visita veraniega a casa de sus abuelos. El odio en su mirada... todo lo comprendió, incluso que en ocasiones el tiempo es el único capaz de amortiguar un dolor que emana odio, y cuyo causante es ajeno a ambos.

Sintió como propio el dolor de un hermano que no te reconoce, el abandono y la lejanía de una madre, y se hizo aquella eterna pregunta: por qué.
Supuso que la respuesta estaba encerrada en un número: catorce; solo tenía catorce años, y estaba sola.

Jamás fue capaz de formular ninguna pregunta en voz alta, y según pasaron los años sintió que ese catorce sería la única respuesta que tendría. Hoy diez años después, las preguntas todavía se acumulan.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Morir en silencio

Llevo todo el camino con la mirada perdida en el horizonte.

El paisaje es precioso; el sol está naciendo por mi izquierda, y todo ha adquirido un color dorado completamente irreal, como si se tratara de un sueño o de una realidad desconocida. No existe mas movimiento que el del crecimiento de las sombras, pero al igual que el final de una buena peli, me ha atrapado completamente y me cuesta pestañear por miedo a perderme un solo fotograma.

Debo tener cara de boba mirando de esa manera el juego de luces y sombras, porque de repente y a pesar del ruido soy capaz de oírle reír a mi lado después de mirarme. "Sí, he visto otros amaneceres antes de este, pero ninguno igual" le respondo a una pregunta que creo intuir.

Tal vez lo que no me he atrevido a decir es que siento que este será el último amanecer que pueda ver, y me siento estúpida por despedirme de él en silencio. La vida está llena de amaneceres que dejamos pasar día tras día sin apreciarlos, pero algo me dice que la vida se me esté agotando y no tenga mas oportunidades que desaprovechar. Siempre he apreciado la tranquilidad de dejar pasar un tiempo que creí eterno, pero ahora, cada minuto que dejé en el olvido, me pesa.

Es la hora.

Su cara de adulto con expresión infantil me invita a sonreír, pero no creo poder ofrecer mas que una mueca como respuesta. Te espero abajo, abajo... te espero. Ha saltado, pero sus palabras todavía resuenan en mi cabeza, él me esperará abajo, yo tal vez no tenga ya nada a quien, ni que poder esperar.
Llevó una eternidad sin respirar, recojo una última bocanada de aquel aire frío que espero sea capaz de congelar mi alma en el descenso y sin mirar abajo, no salto, me dejo caer.

Tardo unos instantes en atreverme a abrir los ojos, pero cuando lo hago siento recuperarlo todo, cada minuto perdido, cada trocito de alma que llegó a congelarse y cada instante de muerte que dejé entrar en vida. Siento renacer, me siento libre; creo volar, pero pasa el tiempo, y la tierra se aproxima arrebatándome las alas.

Intento abrir mi paracaídas, pero algo falla y no reacciono. Mi corazón se para, mis ojos se cierran; el sol se vuelve sombra, el cielo penumbras y la tierra oscuridad. Otro silencioso adiós.



Abro los ojos; me cuesta comprender qué es lo que veo.
Mirando alrededor solo alcanzo a observar caras desconocidas que me miran con sorpresa, alivio y alegría. Me llaman por un nombre que no reconozco como mío, ¿por qué me llaman así? No recuerdo mi nombre, pero sé que no es ese.

Intento incorporarme; las caras de alegría desaparecen.
Permanezco con los ojos abiertos y un cuerpo inmóvil; pasan las horas, me hablan, me preguntan, me cuentan historias que no me interesan, pero yo no abro la boca. La esperanza murió en el mismo momento que lo hizo mi cuerpo, y ya solo deseo que alguien me libre de esta muerte en vida.

jueves, 3 de marzo de 2011

Los miserables

En el cementerio, [...] en un lugar solitario, al pie de un antiguo muro, [...] hay una piedra.[...]

Esta piedra está desnuda. Al cortarla, se pensó únicamente en las necesidades de la tumba, esto es, que fuera lo bastante larga y lo bastante angosta para cubrir a un hombre.
Ningún nombre se lee en ella. Pero hace muchos años, una mano escribió allí con lápiz estos cuatro versos que se fueron volviendo poco a poco ilegibles a causa de la lluvia y del polvo, y que probablemente ya se habrán borrado:

Duerme. Aunque la suerte fue con él tan extraña,
El vivía. Murió cuando no tuvo más a su ángel.
La muerte simplemente llegó,
Como la noche se hace cuando el día se va.




Este texto y sus versos, son el final de la novela Los miserables, de Victor Hugo.
Otro ejemplo de como la televisión puede hacer que muchos ni se planteén la posibilidad de escoger un tochazo de mil páginas antes que dos o tres horas frente a la caja tonta.

Hace ya bastantes años que vi por primera vez una adaptación de ésta novela al cine interpretada por Liam Neeson, Claire Danes y Uma Thurman. En principio la ví porque aparecía Liam Neeson, que que desde su papel de Schindler me encantaba, pero tras terminar de verla, aunque me gustó mucho, me quedé con ciertas ganas de conocer la obra original.
Hoy mas de diez años después, termino la novela con la pena de haber visto antes una película que mutila la historia sin contemplación. Una historia donde bien y mal, y odio y amor son fáciles de traspasar.