lunes, 21 de noviembre de 2011

Una caja de cereales

Habían pasado veinte años desde la noche de su tercer cumpleaños.

Aquella noche la casa había quedado sin recoger; estaba agotada, pero aún así cuando la acostaron le costó conciliar el sueño de la emoción.

En el techo todavía colgaban guirnaldas con letras y globos de colores, y todos los juguetes que había recibido estaban esparcidos por toda la casa. En verdad por aquel entonces todavía no comprendía bien el porqué de aquella celebración, pero en ese momento, y con la ilusión de los tres años ni siquiera le importaban las razones ni se había hecho ninguna pregunta. Solo deseaba que ese día no acabara jamás.

Se despertó pronto, y aquella sonrisa de la noche anterior continuaba dibujada en sus labios.
Procurando no hacer ruido, andando de puntillas y mirando sobre su hombro para asegurarse de que nadie la veía se dirigió al salón dispuesta a continuar ella sola la fiesta del día anterior. Había papeles de regalos, caramelos y juguetes alá donde miraba, había tantos que no sabía por donde empezar. Comenzó abriendo una pequeña bolsa de ositos de gominola, y mientras los devoraba a toda prisa con el miedo a ser descubierta, organizaba sobre el sofá todos sus nuevos juegos, juguetes y muñecos.
Cuando todos estaban dispuestos, los unos junto a los otros, dio un paso atrás.
Observó desde lejos aquel tesoro que sabía que le pertenecía, y después uno a uno y comenzando por la derecha, decidió escoger sus preferidos.
Apartó la máquina registradora, un castillo morado y un muñeco vestido de rosa, y fue entonces cuando se dio cuenta de que faltaba justamente lo que ella quería en ese preciso instante: los rotuladores de colores.
Miró a su alrededor buscándolos con ansias. Levantó cada cojín del sofá, cada globo y cada envoltorio, pero no los encontró.

Decidió ampliar su búsqueda y probar suerte con la cocina.
A sus padres no les gustaba que anduviera sola por la cocina, y ella lo sabía. Sus pasos eran firmes y silenciosos, su corazón se había agitado por el riesgo que corría de ser descubierta, y eso le encantaba.

La puerta de la cocina estaba entreabierta, y antes de abrirla asomó la cabeza para mirar.
El juego había terminado; ahí estaba su madre, sentada frente a la mesa de la cocina, con una caja de cereales a un lado y la cabeza recostada al lado.



La caja de cereales era blanca y roja, y tenía escritas a rotulador algunas palabras en color negro. En aquel momento no supo descifrar aquel mensaje, pero veinte años después todavía recordaba aquellas dos palabras garabateadas en negro sobre la caja de cereales.
Esas dos palabras adquirieron un nuevo significado para ella, y arrastraron la mentira, la duda, el rencor y la amargura por el resto de su vida. Jamás dos palabras le habían hecho tanto daño.

Nunca quiso hablar de ello y hasta ese día, jamás pudo volver a aquel lugar.
Cuando abrió la puerta esperaba que el tiempo no hubiera pasado, esperaba encontrar alineados todos sus regalos, los globos todavía con aire en su interior, y en la mesa de la cocina alguna razón, algún motivo o explicación a aquel "Lo siento" que ese día no supo interpretar en la caja de cereales.
No encontró nada.

viernes, 11 de noviembre de 2011

In memoriam

Aunque intentemos evitarlo el tiempo siempre acaba venciendo; difumina incluso el más vivo de los recuerdos.

El otro día me di cuenta de que había pasado un año desde la muerte de mi abuelo, y realmente me sorprendió, pero no por hecho del paso del tiempo, sino por ser consciente de que la distancia me hace incapaz de aceptarlo completamente.

Me he sorprendido varias veces hablando con mi madre como si todavía siguiera vivo; me cuesta reaccionar y comenzar a hablar en pasado.

Desde su muerte solo he vuelto una vez a Alicante. Al entrar por la puerta todavía esperaba verle recostado en su sillón de siempre, y tras darme cuenta de mi error solo sentía cierta tristeza; tal vez causada por el hecho de no volverle a ver, tal vez por ser consciente de que apenas podía echarlo de menos, no lo sé.

Cuando me dijeron que había muerto no supe cómo reaccionar.

En un primer momento, de manera absurda y con poca suerte, quise forzar alguna lágrima para sentirme un poco más humana, quizá simplemente porque lo creí como lo socialmente aceptado.

A ambos nos faltó tiempo, puede que incluso ganas de conocernos realmente, y sin embargo, ahora y aunque puede que no sufra su pérdida como la sociedad indica, sí tengo claro lo que más echaré de menos: su sonrisa desdentada; su risa; aquellas carcajadas sonámbulas.
Al recordarlo, me es imposible evitar sentir esa mezcla extraña de alegría bañada en tristeza.

Es posible que no quiera ni pueda llorarlo, pero tampoco olvidarlo.


¿Alguna vez habéis visto una foto y habéis pensado que ha captado completamente la esencia de una persona? ¿que no hace falta decir nada mas sobre ella? a mi me pasa con esta foto que tomé hace algunos años. Cerca de la zona donde hace un año se plantó un olivo que guardara sus cenizas.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Inicio - Fin

He conocido gente maravillosa.
Personas que intentaban salvar el mundo con el esfuerzo de un único par de manos; otras que convencidas de la inutilidad de semejante plan se dedicaban a deshacer lo que aquel par de manos obraban.
He conocido hombres invisibles; hombres cuya alma era enturbiada por la propia soledad,obligados a adoptar un disfraz de indiferencia frente al mundo mientras en silencio permitían veían crecer una gangrena que les encadenaba a la oscuridad.
He tenido primeras impresiones completamente erróneas, creyendo interesante a algún completo gilipollas y rechazando a otros que finalmente comprendí que llevaban una simple máscara.
He olvidado el nombre de gente que creí que iba a echar de menos cada día.
He tenido la mala suerte de tropezar con una persona completamente desquiciada, que primero se obsesionó conmigo, para posteriormente dejar de hablarme, y finalmente desear verme muerta. Todavía sigo pensando que un día saldrá en los periódicos.
También he aprendido a ser tolerante, a armarme de paciencia, a callar aunque supiera que llevaba la razón...

He aprendido muchas cosas y he conocido gente muy grande en estos casi siete años que he pasado en este trabajo.
Me dieron la oportunidad de trabajar con ellos cuando apenas sabía nada, y el viernes, después de tantos años, me fui sin hacer ruido, apenas sin despedirme. Mientras esperaba el autobús una sensación amarga me inundaba la garganta y ya sin nadie alrededor me permití soltar una lagrimilla que cerrara esa etapa, mientras recordaba aquel primer día rodeada de extraños, cuando mi único deseo era no tener que volver jamás allí.

Ya sé, la foto no tiene que ver con nada... pero es mía y me gusta

Hoy he comenzado una nueva etapa, y este primer día ha sido igual de desesperanzador que el anterior. Sentada en una mesa apartada del resto y con la única compañía de un viejo ordenador, me he sentido completamente sola en un lugar repleto de gente. Las horas pasaban y no ha habido nadie que ni siquiera fuera capaz de saludarme, simplemente se limitaban a mirarme con curiosidad al pasar a mi espalda.

En fin, mañana será un nuevo día de trabajo. Seguro que la situación mejora, porque empeorar es difícil.