En sus sueños se llama Eva; en la realidad no tiene nombre.
Le inventó un bonito rostro enmarcado por una melena ondulada, larga y oscura, y le dibujó unos ojos del color del cielo nocturno.
Eva no habla; pasea en silencio junto a él; las manos entrelazadas mecánicamente, el paso tranquilo.
Escucha el silbido tenue de los pájaros sobre las ramas de los árboles, y el arrastrar de cadenas de aquel fantasma que los acompaña día y noche desde hace algunos días.
De vez en cuando se gira un instante, y sonríe con tristeza al encontrar aquellos ojos ausentes.
En sus sueños, pasea en silencio siguiendo cada uno de sus pasos.
De vez en cuando alguna lágrima resbala por su mejilla y cae sobre la tierra seca resquebrajando su superficie y creando grietas que se extienden desde sus pies hacía la nada existente dos metros allá, pero la composición de su rostro no se ve alterada.
Los mismos árboles que hace diez años la vieron interpretar aquella película de la que ahora no es sino una simple espectadora, la ven ahora en blanco y negro, como un recuerdo que intenta revivir un pasado inexistente, arrastrando un dolor tan intenso que apenas le permite levantar la mirada del suelo.
Ella no sabe por qué continúa siguiéndolos; tal vez, no tenga ningún lugar a donde ir. Desearía poder borrar de su mente esos últimos diez años y ver frente a si una simple foto de una tarde de verano, pero no puede olvidar.
En algún momento se atreve a levantar la mirada, y en ese preciso instante la ve girarse lentamente, y le devuelve una leve y triste sonrisa que le apuñala con fuerza el corazón.
El viento cambia de dirección, la luz del sol se apaga lentamente y la niebla cubre el horizonte haciéndolo invisible, pero ella no es consciente de nada. En silencio sigue preguntándose una y mil veces por qué, y sigue jurando al cielo que lo esperará siempre, y sigue prometiendo jamás olvidar.
Levanta la vista esperando encontrarse de nuevo aquellas siluetas que lo obsesionan, y se prepara para la punzada de dolor que le provocará de nuevo el encontrarse con su mirada, pero el escenario ha cambiado. Los árboles que un día formaron parte de su pasado y ahora sólo forman parte de su recuerdo han desaparecido, y las lágrimas parecen haber borrado completamente el color de un suelo gris y pedregoso.
A lo lejos, no hay nada. Nadie a quien seguir, no hay pisadas que buscar, simplemente no hay nada.
Entonces despierta.
Observa el hueco vacío de la cama durante algunos minutos, y aquella foto que colocó en su mesilla el mismo día que se marchó.
Está amaneciendo a través de su ventana.
Se pone en pie, coge aquella foto y la guarda en un cajón deseando que algún día sus sueños vuelvan a cubrirse de sangre y desaparezca el dolor de la realidad.